Cuando estar “siempre a tope” deja de ser un mérito y se convierte en un problema estructuralDurante años se ha glorificado la figura del profesional incansable. El que responde a cualquier hora, siempre tiene un nuevo proyecto entre manos y nunca deja de “mejorarse”. En entornos empresariales, sobre todo en sectores digitales, esta cultura de la alta exigencia se ha normalizado. Pero hay una realidad que se empieza a hacer evidente:
la productividad sin pausa está empezando a pasar factura.No hablamos de falta de compromiso. Hablamos de un modelo que confunde esfuerzo con eficacia, y desgaste con excelencia.

El mito del crecimiento sin fin
Muchos profesionales viven con la sensación de que siempre deberían estar haciendo algo más. Más formación. Más networking. Más responsabilidad. Se ha instalado la idea de que, si no estás en constante evolución, estás quedándote atrás.
Este mantra de la autosuperación infinita, que en su momento nació como inspiración, hoy genera una presión constante difícil de sostener. Ya no se trata solo de crecer, sino de crecer sin parar. ¿Y qué pasa cuando no puedes? En muchos casos, aparece la culpa, el agotamiento y una sensación de estar fallando, aunque el rendimiento sea alto.
Hiperconectados y agotados
Con la tecnología hemos ganado flexibilidad, pero también hemos perdido límites. Hoy es habitual enviar correos fuera de horario, resolver tareas durante el fin de semana o mantener reuniones a horas que hace una década serían impensables.
Este “siempre conectado” ha dejado de ser una excepción. Se ha convertido en la norma. Y lo más preocupante:
muchas veces no lo exige la empresa, sino que el propio profesional lo asume como parte de su identidad laboral.El problema no es responder a un mensaje puntual. El problema es que esta dinámica se cronifica, y el descanso se percibe como una
pérdida de productividad, en lugar de una necesidad estratégica.

La paradoja: más horas, peores resultados
Hay una falsa relación entre número de horas y calidad de resultados. Está demostrado que, tras cierto umbral de tiempo trabajado, el rendimiento cae. La concentración disminuye, la creatividad se bloquea y la motivación se erosiona.
Y sin embargo, en muchas organizaciones se sigue premiando al que “más horas mete” en lugar del que
más valor aporta con inteligencia y enfoque. Esto genera culturas de trabajo donde el agotamiento es un símbolo de compromiso, y no una señal de alerta.

¿Qué pasa cuando todo esto se cronifica?
Lo que ocurre es cada vez más común:
burnout, desmotivación, fuga de talento y desconexión emocional con el trabajo. Profesionales brillantes que terminan rindiendo por debajo de sus capacidades o abandonando sectores enteros por puro desgaste.
Esto no solo afecta a las personas. También impacta directamente en los equipos, en los proyectos y en los resultados empresariales. Equipos cansados no innovan. Personas quemadas no colaboran. Y cuando la rotación aumenta, se pierde conocimiento y estabilidad.

El papel de las empresas (y del liderazgo)
Aquí es donde las organizaciones y sus líderes tienen una responsabilidad clara:
no perpetuar culturas que midan el rendimiento únicamente por cantidad. Liderar no es exigir más cada día, sino
crear las condiciones para que el talento pueda desarrollarse de forma sostenible.Esto implica poner límites claros al tiempo de trabajo, reconocer los logros sin romantizar el agotamiento, ofrecer formación como oportunidad (no como obligación) y, sobre todo,
promover una cultura donde la salud mental y el rendimiento vayan de la mano.

Desde Sandav: lo que vemos en el mercado
En nuestro trabajo diario como consultora especializada en talento digital, vemos cómo este cambio de mentalidad se está dando, pero de forma desigual. Hay empresas que ya lo entienden y están apostando por modelos de trabajo más humanos, donde se cuida tanto el rendimiento como el bienestar.
Y también vemos profesionales que ya no buscan solo un buen salario, sino un
entorno donde puedan rendir sin sacrificarse constantemente. Es un cambio de paradigma silencioso, pero inevitable.
Las empresas que lo entiendan antes, atraerán y retendrán mejor talento. Las que no, seguirán en un ciclo de rotación y desmotivación.

No todo esfuerzo es inteligente
Trabajar más no siempre es trabajar mejor. La pausa, el descanso y la desconexión
no son signos de debilidad, sino parte del rendimiento sostenible.
La pregunta que deberíamos hacernos no es cuánto estamos haciendo, sino a
qué precio lo estamos haciendo, y si ese modelo es replicable en el tiempo.
Porque el talento no se quema por falta de pasión, sino por la presión de mantener un ritmo que no tiene final.
🔹 ¿Buscas construir un equipo que rinda con inteligencia y no con agotamiento?
En
Sandav te ayudamos a identificar y atraer talento que combine alto rendimiento con sostenibilidad.
Contacta con nosotros y da el siguiente paso hacia una cultura de trabajo más saludable y efectiva.
Comentarios